sábado, 17 de mayo de 2008

Sobrecogida

Hoy he recibido un email que me ha estremecido
No entiendo la violencia, pero todavía menos si está dirigida a seres indefensos
Sin palabras me hallo

Este relato lo escribió Fernando Orden Rueda, alumno de 2º de Bachillerato de Ciencias de
la Salud del IES Bioclimático, de Badajoz.

Gracias, Fernando

Para ti, cabrón: Porque lo eres,
porque la has humillado, porque la
has menospreciado, porque la has
golpeado, abofeteado, escupido,
insultado... porque la has
maltratado. ¿Por qué la maltratas?
Dices que es su culpa, ¿verdad? Que
es ella la que te saca de tus
casillas, siempre contradiciendo y
exigiendo dinero para cosas
innecesarias o que detestas:
detergente, bayetas, verduras... Es
entonces, en medio de una discusión
cuando tú, con tu 'método de
disciplina' intentas educarla, para
que aprenda. Encima lloriquea, si
además vive de tu sueldo y tiene
tanta suerte contigo, un hombre de
ideas claras, respetable. ¿De qué se
queja?

Te lo diré: Se queja porque no vive,
porque vive, pero muerta. Haces que
se sienta fea, bruta, inferior,
torpe... La acobardas, la empujas,
le das patadas..., patadas que yo
también sufría.



Hasta aquel último día. Eran las once de la mañana y mamá
estaba sentada en el sofá, la mirada dispersa, la cara
pálida, con ojeras. No había dormido en toda la noche,
como otras muchas, por miedo a que llegaras, por pánico a
que aparecieses y te apeteciera follarla (hacer el amor
dirías) o darle una paliza con la que solías esconder la
impotencia de tu borrachera. Ella seguía guapa a pesar de
todo y yo me había quedado tranquilo y confortable con
mis piernecitas dobladas. Ya había hecho la casa, fregado
el suelo y planchado tu ropa. De repente, suena la
cerradura, su mirada se dirige hacia la puerta y apareces
tú: la camisa por fuera, sin corbata y ebrio. Como tantas
veces. Mamá temblaba. Yo también. Ocurría casi cada día,
pero no nos acostumbrábamos. En ocasiones ella se había
preguntado: ¿y si hoy se le va la mano y me mata? La
pobre creía que tenía que aguantar, en el fondo pensaba
en parte era culpa suya, que tú eras bueno, le dabas un
hogar y una vida y en cambio ella no conseguía hacer
siempre bien lo que tú querías. Yo intentaba que ella
viera cómo eres en realidad. Se lo explicaba porque
quería huir de allí, irnos los dos...Mas,
desafortunadamente, no conseguí hacerme entender.

Te acercaste y sudabas, todavía tenías ganas de fiesta.
Mamá dijo que no era el momento ni la situación, suplicó
que te acostases, estarías cansado. Pero tu realidad era
otra. Crees que siempre puedes hacer lo que quieres. La
forzaste, le agarraste las muñecas, la empujaste y la
empotraste contra la pared. Como siempre, al final ella
terminaba cediendo. Yo, a mi manera gritaba, decía: mamá
no, no lo permitas. De repente me oyó. ¡Esta vez sí que
no!-dijo para adentro-, sujetó tus manos, te propinó un
buen codazo y logró escapar. Recuerdo cómo cambió tu
cara en ese momento. Sorprendido, confuso, claro, porque
ella jamás se había negado a nada.

Me puse contento antes de tiempo.

Porque tú no lo ibas a consentir. Era necesario el
castigo para educarla. Cuando una mujer hace algo mal hay
que enseñarla. Y lo que funciona mejor es la fuerza:
puñetazo por la boca y patada por la barriga una y otra
vez...

Y sucedió.

Mamá empezó a sangrar. Con cada golpe, yo tropezaba
contra sus paredes. Agarraba su útero con mis manitas tan
pequeñas todavía porque quería vivir. Salía la sangre y
yo me debilitaba. Me dolía todo y me dolía también el
cuerpo de mamá. Creo que sufrí alguna rotura mientras
ella caía desmayada en un charco de sangre.

Por ti nunca llegué a nacer. Nunca pude pronunciar la
palabra mamá. Maltrataste a mi madre y me asesinaste a
mí.

Y ahora me dirijo a tí. Esta carta es para tí, cabrón:
por ella, por la que debió ser mi madre y nunca tuvo un
hijo. También por mí que sólo fui un feto a quien negaste
el derecho a la vida.

Pero en el fondo, ¿sabes?, algo me alegra. Mamá se fue.
Muy triste, pero serenamente, sin violencia, te denunció
y dejó que la justicia decidiera tu destino. Y otra cosa:
nunca tuve que llevar tu nombre ni llamarte papá. Ni
saber que otros hijos felices de padres humanos señalaban
al mío porque en el barrio todos sabían que tú eres un
maltratador. Y como todos ellos, un hombre débil. Una
alimaña. Un cabrón.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Renovarse o.....

Morir
Ahí estamos!!!
Esta mañana me he levantado con uno de esos cabreos monumentales que no se pasan ni durmiendo desde las 11 de la noche, y es que no hay nada como no tener marío pa vivir relajada
El caso es que sin pararme a analizar la interpretación psicológica de las ganas irrefrenables de cortarse el pelo, he cogido las tijeras de mi kit de peluquería y no me lo he pensado. Las he esgrimido sobre mi melena y no me ha dado tiempo a arrepentirme
Posteriormente me he ido a la tienda "de los olvidos" de debajo de mi casa, que hasta tinte tienen y me he comprado uno de color negro azulado.
Tras embadurnarme toda la cabeza y gran parte de las manos, he dejado pasar media horita y.....
Este es el resultado.
Juzguen ustedes mismos

P.D.: Y escojonense si lo estiman necesario
Besos